miércoles, 11 de abril de 2012

Presentación AGUA QUE FLUYE - libro



OVARIO PARA ACLARAR



Siempre comienzo por escuchar. Escuchaba anécdotas, comentarios, y cada vez que yo lo veía o nombraban a este hombre, mi atención bullía. Dentro de sus errores y atravesada gramática, estaban mis propios errores verbales, horrorosos y desbordantes de excesos fonéticos cómicos, heredados de mis antecesores inmigrantes y nativos, que en esto de acuñar palabras lo hacían según sus ganas de conjugación y sonoridad. ¿Será por eso que los diecisiete músculos de mi lengua tartamudean con una torpeza enmudecedora ante esos hallazgos para compartir, será por eso?


Él, paisano gauchazo, isleño de nacimiento, con muchos hijos, mujer y casa, poseedor de vacas y chanchos pero… sin trabajo, anda movilizándose inquieto, según el destino, a caballo, a pie, en canoa o en su gimiente bicicleta. Era grato verlo por la costa de la isla en su bayo cabos negros. Y ahora, venía desde el pueblo hasta su canoa, suspendida en la crecida de marzo, con el riacho bramando bajo los samohú: palos borrachos, florecidos.


A medida que se aproximaba el gemido de las ruedas, aumentaban los gritos de los teros; yo continué cómodamente instalada en esa playita que, según los momentos, parecía amarradero de canoas, puerto o mercado, o pista nocturna para lechuzas, pescadores y otros coleccionistas de paisajes, aire fresco y rocío.


Apenas levanté los ojos –el libro me servía para disimular y confrontar los laberintos latinos con el personaje susodicho–, saludó sencilla y cordialmente:


–¡Buenaas, doña!


Ya se había familiarizado con mi presencia en ese faro (generoso tronco tumbado), leyendo o mirando el río. Así estábamos. Los perros lo agasajaron con una bienvenida ladrada, saltaban y seguían chapoteando entre la orilla y la canoa. Se acercó:


–Por favor, doña, me lo sostiene –expresó con sonrisa desdentada.


Tomé el botellón de vidrio marrón, de esos medio antiguos; trasuntaba importancia.


Habilidoso, encadenó la bicicleta, desató y aproximó el caballo por el cabestro, cargó las provisiones. Un perro baquiano se acomodó de timonel, y así quedó listo para el cruce su convoy isleño de canoa, caballo y perros.


Entonces dijo:


–Alcánceme el sulfato de ovario, y ¡muchas graaacias, doña!


Enmudecida y atragantada estuve por explicar la confusión: sulfato de bario, para aclarar y sedimentar el agua de los riachos. Pero atenta, solo estiré el brazo, y lo entregué…


–¡De nada, don!


No existió tiempo para que el sulfato de ovario aclarara esta cuestión de vocales, además de aguas, en esta vida de orillas.

martes, 3 de abril de 2012

RECOLECTORES publicado en Río Rabdomante, Nosotras Liter@ris




Tractores con cola de chatas

como vagones descapotables

con recolectores y cajones

de fruta flores y zapallito

perfiles humanos sentados

con gorritas de visera.



¿Los viste? Pasan cuando

los soles están acostados

en el este o el oeste

al borde de la tierra

a veces se llevan el verano

en sus camisas.